jueves, 23 de septiembre de 2010

Abidjan, la ciudad que no duerme


Ya estamos de regreso, cinco miembros de la directiva de la Asociación Komoé hemos vuelto de un viaje increible a Costa de Marfil, una experiencia única que solo podría entenderse si se vive en primera persona, aún así trataremos de contaros como nos ha ido, qué hemos visto, dónde hemos estado y tratar de transmitir a los que leen este blog lo que hemos experimentado a lo largo de 11 días.

Desde el avión adívinábamos la costa de Abidjan, rodeada por la Laguna de Ebrié y al borde del mar, creando penínsulas enlazadas por puentes construidos en su mayoría la época de la colonización francesa. Un paisaje verde sobre todo en esta época de lluvias, plagado de edificaciones bajas y con su propio "skyline" con rascacielos que albergan organismos oficiales, empresas, oficinas, bancos... agrupados en el centro administrativo y comercial de "Plateau".

Catedral de San Pablo en Abidjan

Cuando llegamos a Abidjan el día 3 de septiembre ya anochecía y cuando logramos salir del caótico aeropuerto, ya era de noche. Nuestros amigos nos esperaban ansiosos para ayudarnos con el equipaje y llevarnos al hotel. El camino había comenzado ese mismo día a las 7 de la mañana con el primer vuelo entre Vigo y París, y tras varias horas de espera un segundo vuelo de París a Abidjan. Estabamos cansados aún así tratamos de percibir todos los detalles en el trayecto entre el aeropuerto y la capital.

Calles sin aceras, carreteras sin arcenes, callejones sin apenas luz, coches que van y vienen sin rumbo fijo, un ruido permanente de las gentes que vagan arriba y abajo, otros sentados al borde de la calzada con miradas pensativas, como esperando. Abidjan no duerme, no descansa, siempre reina el bullicio y da igual si es día laborable o fin de semana, da igual si es la hora de comer o la de levantarse, el reloj no existe y el tiempo no cuenta.
Las gentes de Abidjan tampoco descansan y siempre están en movimiento, desde bien temprano incluso cuando no hay luz ya comienzan a moverse. En medio de este ir y venir encontramos el Parc du Banco, en el barrio de "Attécoubé", también al norte de la ciudad. Donde los hombres conocidos como "Fanicos" lavan miles de prendas de ropa, es su trabajo, es un oficio. La mayor lavandería al aire libre del continente africano, donde los hombres se encargan de recoger la ropa por las casas, las lavan a mano, como en España se hacía en los pueblos antiguamente, las extienden sobre la hierba al borde de las carreteras a secar y al terminar la jornada la llevan de nuevo para repartirla entre sus dueños.

Una escena que no deja de ser curiosa y donde el colorido de la ropa rompe la monocromía de la ciudad. Un trabajo duro, de esfuerzo físico teniendo en cuenta la cantidad de ropa que lavan cada día, y sobre todo un ejercicio de memoria para recordar quien es el dueño de cada prenda de ropa.


También bien temprano en Abidjan abren los puestecillos de venta al borde de la calzada, fruta, carbón, ropa, colchones, muebles, zapatos, comida... la oferta es increible, eso si siempre al estilo africano donde la mercancía se expone bajo sombrillas negras, en viejos tablones o en plásticos sobre el suelo, donde la limpieza no existe, donde la tierra y el polvo abundan y donde se respira un olor permanente a ahumado, a cenizas a fuego en el que las mujeres cocinan las mazorcas de maíz, el "alloko" (plátano), el pollo, el pescado... Nosotros de estos puestos poco probamos, sobre todo por miedo a las consecuencias digestivas.

El tráfico insoportable, los atascos permanentes y nunca se sabe cuando uno llegará a su destino. Una ciudad en la que los semáforos no existen a pesar de que en ella viven oficialmente casi 4 millones de habitantes, más de 5 millones si tenemos en cuenta el área metropolitana, lo que la convierte en la segunda ciudad más poblada del África Occidental. Es la ley del más fuerte y por eso son muy pocos los europeos que se atreven a conducir un coche.

Un paisaje contradictorio en el que conviven un mar de chabolas de madera, chapa y plástico con edificios de viviendas de no más de 5 plantas desconchados y en los que la última mano de pintura ni se recuerda. Ventanas rotas, balcones oxidados, puertas viejas y escombros amontonados sin control en cualquier esquina como si siempre estuvieran en obras. Ausencia de contenedores y papeleras contadísimas, lo que hace que la basura reine por doquier.

Mientras en "Cocody" se levantan las casas residenciales, la mayoría de diplomaticos, políticos o empresarios, todas amuralladas y con guardias de seguridad.


Solo cuando llevas varios días en Abidjan comienzas a darte cuenta de que hay algunas zonas peores que otras, como el barrio de "Abobo" al norte, uno de los más marginales y donde la noche puede ser la peor enemiga para cualquier transeúnte. A pesar de todo de día no se respira peligro, la gente es tranquila y aunque un blanco no deja de ser "el diferente" en un mundo de negros uno puede caminar sin problema en la mayor parte de los barrios.

Por la noche la mayor actividad se concentra en barrios populares como "Yopougon" o "Treichville", donde los más jóvenes aprovechan para apurar el día con una cerveza "Flag" o degustando un pollo o una dorada a la brasa con salsa muy picante acompañado de "Atteke" (sémola de mandioca rallada). Lugares animados donde no falta la música pero donde recomendamos ir acompañados de marfileños. En nuestro caso tuvimos la oportunidad de disfrutar de una noche animada y sin incidentes.

Abidjan una ciudad en color negro, no solo por sus gentes sino porque ese es el color predominante en el paisaje, en sus calles, en sus casas y donde la polución es sorprendente, gracias al antiguo parque móvil que contribuye a una contaminación permamente sobre todo en las estaciones secas en las que ni la lluvia ayuda a limpiar el ambiente. Una ciudad que nunca descansa.


Recorrido por Costa de Marfil

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